Por José Manuel Beltrán.
Millones de turistas tomarán
pacíficamente Berlín en este fin de semana del 9 de noviembre, fecha en la que
se conmemora el 25 aniversario de la caída del vergonzoso muro. Todos juntos
podrán repetir, como lo hiciera el presidente John F. Kennedy, allá por junio de 1.963, ¡Ich bin ein berliner!, ¡Soy
un ciudadano de Berlín!, frase que ha quedado para la historia.
Si
hay una ciudad querida por sus habitantes y cuya simpatía se irradia
inmediatamente hacia todo aquel que la visita, esa es Berlín. La ciudad ha
sabido transformarse, no solo desde el momento en que por una torpeza
administrativa se daba vía libre al tránsito de personas entre ambas partes;
también porque un áurea de tolerancia, modernidad y de ingente actividad
cultural abarca toda su extensión.
Ya
no figuran enfrentados y en actitud beligerante diez carros de combate por cada
uno de los bandos, soviético y norteamericano, en Friedrichstrasse, en lo que
viene a ser el reconocido y afamado Check Point Charlie, punto de visita
ineludible si estás en Berlín. Este
suceso, acaecido el 27 de octubre de 1.961, fue uno de los más graves ocurridos
en lo que fue una continua tensión desde la separación de la ciudad en dos
bandos: el Berlín Oriental, bajo el régimen político de la RDA (aliada de la
Unión Soviética) y el Berlín Occidental, paradigma de la libertad, y que
conformaba una isla totalmente aislada dentro de la Alemania comunista.
El reparto por las potencias
victoriosas de la Alemania nazi, tras el fin de la II Guerra Mundial, se puede
considerar el inicio de la Guerra Fría y la antesala del Muro de Berlín.
Resulta
curioso como, para una misma contienda, se llegan a firmar dos actas de
rendición. Quizás, es el primer punto de inflexión de lo que después se
denominaría la Guerra Fría.
En la madrugada del 7 de mayo de 1.945, el general
Alfred Jodl firmaba el acta de rendición de las tropas alemanas ante lo que ya
era una total ocupación y control de su territorio por las fuerzas aliadas: franceses,
ingleses, rusos y americanos. La rendición, rubricada en Reims (Francia), no
fue del agrado total de los soviéticos al considerar estos que la frase “todas las fuerzas bajo el mando alemán cesarán las
operaciones activas a las 23:01 horas, hora de Europa Central, el 8 de mayo de 1.945” no
explicitaba que esa capitulación lo fuese también para las tropas del Ejército
Rojo. Es así que, en la noche del día siguiente, 8 de mayo, el general Wilhelm
Keitel firmaba una nueva acta, en Berlín, en las instalaciones del cuartel
general soviético, rindiéndose en las mismas condiciones que las anteriores
ante la Unión Soviética.
Meses
después, en agosto de 1.945, se celebra la Conferencia y posterior Acuerdo de
Postdam, localidad alemana cercana a Berlín. En ella, los aliados refrendan el
acuerdo ya alcanzado en Yalta (Crimea) para la división y reparto, tanto de
Alemania como de Austria, en cuatro grandes zonas bajo control administrativo,
político y económico de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, en su parte
occidental, y la Unión Soviética en la oriental. Esta misma repartición se
produce también con la capital, Berlín, que recordemos se encontraba en zona
soviética.
En
el transcurso de 1.947, y hasta junio de 1.948, los aliados occidentales, no
sin el resquemor de los franceses, deciden una integración económica de los
territorios divididos, junto con una reforma monetaria. Se crea un nuevo marco,
revaluado casi en la proporción de 4:1, diferente del existente en la zona
soviética. Este hecho, acrecentado por las diferencias sociales ya existentes,
añade un nuevo punto de tensión entre ambas partes: la occidental y la
oriental.
Las
diferencias sociales, económicas y de régimen político de ambas zonas se fueron
agudizando en el transcurso de los años. Aún cuando existía un control de
fronteras en todo el perímetro de la RDA, Berlín se escapaba a esta cuestión.
Es así como el tránsito y fuga de berlineses a la parte occidental se fue
acrecentando de tal forma que las autoridades de la RDA decidieron ponerle
freno.
Walter Ulbricht, Presidente del Consejo de Estado
de la RDA y ahora considerado el “arquitecto
de la vergüenza” mencionó por primera vez la palabra “muro” en unas
declaraciones de junio de 1.961: “nadie tiene la intención de
construir un muro…”. Pocos meses
después, en la noche del domingo 13 de agosto, y ante la excusa de “poner fin a las actividades hostiles de
revanchismo y militarismo de Alemania y Berlín Occidental…” dio la orden
levantar, en todo el perímetro de separación de ambas zonas, una alambrada de
púas y el inicio del levantamiento del muro de piedra y hormigón ante la atenta
vigilancia de la policía de fronteras y del ejército. Mientras, a lo largo de
la frontera aliada, se apostaban unidades del ejército soviético ante posibles
enfrentamientos.
Esta
vez sí, todas las comunicaciones fueron clausuradas, al igual que las
estaciones de tren en su recorrido aéreo y subterráneo y a las que se
denominaba estaciones fantasmas.
Miles de familias y vidas rotas, separadas a la fuerza, que antes se saludaban
en la calle y que ahora resultaba imposible. Calles, como la Bernauer Strasse,
en que unas aceras pertenecían al Berlín Occidental, barrio de Wedding, y las
casas lo eran del Mitte, barrio asignado a la parte oriental. Edificios con sus
ventanas y frontales tapiados al dar estos a la parte occidental; su salida, que
reconocerán enseguida los que hayan realizado viaje a Berlín, por sus famosos
patios, enclavados estos en la parte oriental.
Una huida hacia la libertad.
El
fuerte dispositivo de vigilancia a lo largo de los 43,1 km de muro por el
centro de la ciudad, las torres instaladas con expertos tiradores y cualquier
otra medida de control no fueron impedimento para que muchos ciudadanos del
lado oriental decidieran huir.
Peter
Fetcher, relatan los historiadores, fue la primera persona en intentarlo. ¡No
lo consiguió!. Su cuerpo, abatido a tiros por los soldados, permaneció durante
50 minutos agonizando en tierra de nadie
hasta que fue retirado, ya fallecido, para llevarlo al hospital. Fue la primera
víctima del muro de la vergüenza. Túneles excavados debajo del muro permitieron
fugas masivas como la protagonizada entre el 3 y el 4 de octubre de 1.964. Más
de 57 personas lograron huir a través de los 145 metros de largo del
mismo, tardando en construirlo un total de 10 meses. Huidas en globo, como la
de 1.979, cuando dos familias de cuatro personas, con sus cuatro hijos,
lograron ascender 2.500
metros para, atravesando la frontera, lograr la
libertad.
Los
masivos intentos de fuga exasperaban no solo al régimen oriental, también a la
parte occidental. Me explico. A pesar del obstáculo exterior del muro, de las
alambradas de las zonas de seguridad
y del tapiado de puertas y ventanas de edificios, la ciudad mantenía elementos
comunes, por ejemplo la red de alcantarillado y de aguas fecales. La mala
conservación de la zona oriental provocó protestas entre los habitantes del
Berlín Occidental dados los malos olores existentes y la mala salubridad. Es
así que las autoridades occidentales proveyeron a las de la zona de la RDA de
tuberías nuevas para que procedieran a su sustitución. Fijémonos, en los restos
actuales, en la parte superior del Muro. Allí se colocaron las tuberías.
Cortadas en su mitad, se instalaron en lo alto del muro y, aplicándoles grasa y
aceite, se impedía una segura sujeción para quien pudiera llegar a este punto.
Fueron
más de 600 personas las que, de distinta forma, murieron al intentar huir por
cualquier frontera de este asedio. A través del Muro de Berlín se estima que,
entre el periodo de 1.961 y 1.989, fueron alrededor de 136 los fallecidos.
El
8 de octubre de 1.989, el que fue el último mandatario del Partido Comunista de
la República Democrática Alemana, Erich Honecker, celebraba el 40º aniversario
de la fundación de la RDA. Tan solo diez días después se veía obligado a
dimitir.
Algo
se venía gestando, con los nuevos aires de la Perestroika impulsada por Gorbachov, en aquel entonces máximo
mandatario de la URSS. El 10 de setiembre de ese mismo año, Hungría decide abrir
totalmente su frontera con Austria. A través de ella, sin respetar el acuerdo
suscrito de devolver a la RDA a los ciudadanos alemanes llegados irregularmente hasta allí, más de 15.000
ciudadanos dejan atrás sus hogares.
La
dimisión obligada de Honecker, y su inmediato exilio a la Chile de Pinochet, provoca
que el 9 de noviembre de 1.989 (este domingo se cumplirán 25 años de ello),
Günter Schabowski, miembro del Politburó y del Partido Socialista de la RDA,
declare en una rueda de prensa televisada “se
autorizan los desplazamientos a países extranjeros sin condiciones preliminares
de ningún tipo respecto a los motivos del viaje”… “la gente que abandone el
país podrá salir por cualquiera de las fronteras de Alemania Oriental con la
RFA, incluso desde Berlín”.
Sin
embargo, a pesar de lo contundente de la frase, el pistoletazo de salida lo
provocó una sola palabra. A requerimiento de un periodista, y a la pregunta de
¿Cuándo?, la respuesta –dicen que de forma improvisada- fue tajante: “Inmediatamente”.
Esa
misma noche, media hora más tarde de la contundente declaración, miles y miles
de personas se concentran en el Check Point de Bornholmerstrasse. Las
autoridades no pueden hacer nada ante tal avalancha. A golpe de martillo cae el
Muro de Berlín. A los golpes de la libertad se derrumba el Muro de la
Vergüenza.
Hoy
Berlín nos muestra, todavía en pie, una parte de ese muro. En otro de nuestros
artículos hablábamos de la East Side Gallery, un reconocimiento de artistas de
todo el mundo sobre lo que se puede hacer sobre una pared. Berlín es una ciudad
apasionante que ha sabido sobrellevar su pasado y reconvertirlo en tolerancia,
cultura y libertad.
Berlín se merece, más allá de esta reconocida conmemoración, una, o mejor dicho muchas paradas y fondas. Toma una copa, brinda conmigo, y alcemos nuestra voz al igual que lo hizo Kennedy, ¡Ich bin ein berliner!, ¡Soy un ciudadano de Berlín!, eso sí, siempre con SALUD, ciudadano viajero.
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Desde luego a los que nos apasiona el turismo político este es uno de los lugares del mundo donde hay que ir al menos, una vez en la vida. Intersantísimo el post.
ResponderEliminarEstoy contigo, Jordi. Hay lugares, hay ciudades, que son difíciles de disociar de su pasado histórico y político. Berlín es una de ellas. La ciudad tiene muchas cosas de las que disfrutar, en un ambiente de tolerancia difícil de encontrar en otros sitios. Gracias por tu comentario...
ResponderEliminarMuy documentado e interesante este post. Berlin me causó una grata sensación. Efectivamente es muy agradable pasear por sus calles repletas de historia. Gracias ciudadano viajero por este laborioso relato.
ResponderEliminarAdemás de su historia es una ciudad viva, de gran ambiente cultural y festivo. Sólo hace falta entrar en cualquiera de sus tabernas y cafés...destilan un ambiente único...
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